Caminas por la vida buscando adquirir experiencia, cuidando de no tropezar con ninguna piedra que te lastime; convencido de que la sabiduría de la adultez te protegerá de las equivocaciones. Y de pronto, aparece de la nada un sueño. Y tú, que ya no crees en ellos, te agarras desesperadamente a su cola tratando de que en su vuelo te eleve, y así sentir por escasos segundos que estabas equivocado. Que puede ser verdad. Que puedes sobrevolar la plana realidad; que ese sueño te ha rescatado de esa perfecta y estúpida muerte en vida que te has ido labrando año tras año. No, la ingenuidad no era sólo un mal de juventud. Era la peor enfermedad de la vejez.
Fragmento de Lo que le falta al tiempo, un magnífico libro de la magnífica Ángela Becerra.
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